De forma desigual ambos fueron deformados por la tradición cidiana. Alfonso VI pasó a ser un rey mediocre, envidioso, acomplejado y menor, convertido en paradigma de rey desleal, manipulable y obtuso. Álvar Fáñez sería fagocitado por el Minaya del Cantar de Mío Cid, arquetipo épico de caballero subalterno diestro en la batalla y modelo de lealtad desmedida hacia el líder carismático. Las fuentes históricas nos presentan una realidad diferente a esas figuraciones épicas, heroicas, literarias.
Ni Alfonso VI fue tan mal rey, ni Rodrigo Díaz tan buen vasallo, ni Álvar Fáñez tan diestro caballero, al menos no de la manera en la que el Cantar lo glorificaría, fijando imágenes perdurables y asentadas aun en nuestros días. Pero algo motivó la consagración de Álvar Fáñez como heroico caballero, y esa realidad debemos buscarla en los años en los que fue el responsable de la defensa de una Toledo en persistente estado de amenaza frente a los almorávides. Pero antes de ello Fáñez se había curtido en el difícil mundo que le tocó vivir, actuando en todo momento como un agente leal a Alfonso VI, ejecutando las distintas misiones que el rey le encomendaba, manteniéndose siempre fiel al monarca.
No son demasiadas las evidencias históricas que nos han quedado de Álvar Fáñez, pero tampoco tan pocas como para no trazar una biografía del personaje. Plácido Ballesteros lo hizo, elaborando el estudio más completo sobre Fáñez que se ha hecho hasta la fecha. No sabemos con exactitud cuándo pudo nacer, aunque suponemos que en fechas similares a las que lo haría Rodrigo el Campeador, con quien mantendría algún grado de parentesco. Lo vemos figurando como confirmante en la carta de arras que el matrimonio conformado por Rodrigo y Jimena suscribió en el año 1074, donde se dice que es sobrino de Rodrigo. Eso nos permite verlo integrado en la corte de Alfonso VI, tras haber servido posiblemente, como su pariente, al fallecido Sancho II de Castilla. A partir de ahí el rey le encargaría diferentes cometidos complejos y que entrañaban responsabilidad.
La primera de la que tenemos constancia nos lleva a la primavera del año 1086, cuando Fáñez, tras haber ayudado a Alfonso en las operaciones que llevaron a la conquista de Toledo el año anterior sería designado por el soberano para proteger a al-Qadir. Al-Qadir, nieto el gran al-Mamun, con quien Alfonso había mantenido unas buenas relaciones, había sido compensado con el trono de Valencia a cambio de la entrega de Toledo. Pero Valencia era un escenario convulso, complicado, donde varias facciones codiciaban el poder, y donde había familias poderosas e influyentes. Al-Qadir parece que no era poseedor de muchas virtudes. Las crónicas musulmanas nos lo presentan como un individuo pusilánime, dominado por la inacción y el gusto por el lujo y los placeres de la vida. Alguien así necesitaba ser protegido en su nuevo trono valenciano, y de paso asegurar los tributos que desde su nueva posición Valencia pagaría a Alfonso VI. Alfonso salía ganando con aquel arreglo, pues dominaría el trono valenciano situando en él a un títere fácilmente dominable. El designado para proteger al nuevo, y débil, taifa fue precisamente Álvar Fáñez, quien escoltó a al-Qadir hasta Valencia al mando de un ejército de unos cuatrocientos caballeros cristianos proporcionados por Alfonso VI.
Álvar Fáñez en Valencia
La etapa valenciana de Fáñez es muy interesante, pues allí este guerrero actuará de una manera muy parecida a la desarrollada por Rodrigo Díaz en ese mismo contexto años más tarde. Fuentes islámicas coetáneas, conservadas en crónicas posteriores, nos permiten contemplar a un Álvar Fáñez que se sirve de musulmanes valencianos insurgentes que engrosan sus filas, los conocidos como dawair, en los cuales también se apoyará el Campeador posteriormente, siguiendo un patrón de comportamiento similar en su etapa como protector de Valencia. Desde una aldea cercana a Valencia llamada Ruzafa Fáñez y los suyos velarían por la seguridad del nuevo rey valenciano y asegurarían el cobro de tributos para Alfonso VI, parte de los cuales se embolsaría el propio Fáñez. De hecho, Fáñez no tardó en someter a al-Qadir a una fuerte presión fiscal, buscando fomentar la impopularidad del nuevo taifa, siguiendo una estrategia de disolución a la que había llevado a cabo Alfonso VI para inestabilizar el poder en Toledo y a la postre dominarla del todo. Játiva, una de las poblaciones cercana a Valencia, se negó a pagar esos impuestos asfixiantes y se declaró en rebeldía, lo que obligó a al-Qadir a asediarla. El taifa de Lérida, que codiciaba Valencia, aprovechó la ocasión para atacar con un ejército en el que se encontraban caballeros catalanes comandados por Guirart el Romano. Al-Qadir huyó a Valencia y al-Mundir de Lérida pudo entonces hacerse fuerte en Játiva y dominar también la taifa de Denia.
Fáñez mantuvo en todo momento una actitud pasiva, observando cómo iban sucediéndose los acontecimientos. No dejaba de exigir tributos gravosos a al-Qadir, siempre buscando su deterioro para lograr así el dominio absoluto de Valencia, siguiendo unas directrices concebidas por Alfonso VI. El poder de Fáñez crecía y el de al-Qadir disminuía, lo que motivó que no tardasen en sumarse a las filas del castellano bastantes valencianos, los mencionados dawair, llamados por otras fuentes “malhechores”, “garzones”, “retorcidos”. Un cronista nos habla con viveza de esos tornadizos que pasaron a engrosar las filas de Álvar Fáñez:
“Un grupo de ellos, que se había unido a Álvar Fáñez, maldígale Dios (…) cortaba los miembros viriles de los hombres y las partes pudendas de las mujeres. Eran los criados y servidores de él (Álvar Fáñez), que habiendo sido seducidos grandemente, en [lo concerniente a] sus creencias, fueron perdiendo enteramente la fe” (Ibn Al-Kardabus: Historia de al-Andalus (Kitab al-Iktifa), edición preparada por Felipe Maillo Salgado, Barcelona, 1986, pp. 128-129).
Aunque el cronista refiere un momento posterior, nos sirve su relato para entender que las tropas de Fáñez serían de naturaleza mixta, como lo serían también las del Campeador. Y es que en estos tiempos de convulsiones las fronteras religiosas eran bastante menos nítidas de lo que hoy día podemos creer. Algunos de esos musulmanes ya no dejarían de servir a Fáñez, acompañándole desde entonces y en adelante en distintas misiones y en diferentes escenarios geopolíticos.
No se conformó Fáñez con extraer tributos a al-Qadir. Complementó esas ganancias con las obtenidas a partir del lanzamiento de razzias contra territorios pertenecientes al taifa de Lérida, como Burriana. Acompañado por aquellos “moros malhechores” y “otros almogavares”, indispensables conocedores del terreno, asaltó y asoló villas y castillos, obteniendo bienes como vacas, ovejas, yeguas y diversos objetos de valor, que eran llevados a Valencia para ser allí vendidos en almoneda. Todo eso fue lo que posteriormente hizo Rodrigo Díaz en su etapa de protector de Valencia, y aun después, actuando ya como señor de la guerra independiente, totalmente desvinculado de Alfonso VI. Y es por ello que podemos considerar que Álvar Fáñez, por influjo de Alfonso VI, creó unas estructuras tributarias y bélicas que serían explotadas con mayor intensidad por el Campeador. El cerebro de ese modelo de presión y exacción no era otro que Alfonso VI, quien dominaba varios escenarios peninsulares desde la distancia, sirviéndose para ello de agentes bien instruidos y disciplinados. Fáñez siempre sirvió al rey con lealtad y disciplina, y sin duda obtuvo muchos beneficios para sí mismo. Rodrigo Díaz entendió que podía llegar más lejos, no se conformó con ser un mero agente regio, entendió que podía convertirse en dueño de facto de Valencia y su taifa, y actuó en consecuencia.
La invasión almorávide
La posición de Fáñez en torno a Valencia era ideal, actuando como un gobernante de facto, enriqueciendo a su rey, y lucrándose él mismo, en base a la extorsión y la guerra, todo ello en base al poder que le otorgaba un potente ejército de caballeros cristianos y musulmanes captados. Pero encontrándose así se desató la tormenta almorávide, y el fiel Fáñez fue llamado por Alfonso VI para engrosar el ejército que debería enfrentarse en el campo de batalla a los norteafricanos comandados por Yusuf ibn Tasufín. No estuvo ni un año como protector de Valencia, y en unos cuantos meses pasó de las mieles valencianas a las hieles de la derrota cristiana en Zallaqa, en las cercanías de Badajoz (23 de octubre de 1086), frente a unos almorávides que habían llegado a la península ibérica para dominarla y quedarse en ella. A partir de aquella jornada empezarán a cambiar las relaciones entre cristianos y musulmanes en la península, y el modelo dominador de Alfonso VI, basado en la extorsión, la guerra, la intervención político-militar dará paso, en pocos años, al enfrentamiento abierto entre los reinos cristianos y un al-Andalus unificado y dominado por los almorávides.
No obstante, tras Zallaqa, y mientras se consolidaba el dominio norteafricano, Alfonso VI continuó interviniendo en la política de las taifas, procurando dominarlas y drenar tributos hacia sus arcas. Para ello se sirvió de sus principales capitanes, enviando a Rodrigo el Campeador a Valencia, a actuar allí como lo había hecho Álvar Fáñez, y al propio Fáñez a la zona de Granada y Almería. En Granada gobernaba Abd Allah, último rey de una dinastía zirí de origen beréber que nos dejará una autobiografía que constituye sin duda un texto fundamental para entender las complejidades de la segunda mitad del siglo XI en la península ibérica. En esas Memorias de Abd Allah Rodrigo el Campeador brilla por su ausencia, no así un Álvar Fáñez con quien el propio rey taifa tuvo que vérselas en tensas negociaciones. Su relato nos permite conocer de primera mano el modus operandi de esos magnates que actuaban en el nombre de Alfonso VI, y también en el suyo propio.
Sería entre finales de 1088 y la primavera de 1089 cuando Fáñez operaría en las taifas de Granada y Almería, tras haber actuado en la zona de Guadalajara y el corredor del Henares tras la derrota de Zallaqa, así como en las fronteras de León y Castilla conteniendo el avance de escuadrones almorávides. También habría estado integrado en la hueste que Alfonso VI organizó en Toledo para levantar el asedio al que huestes almorávides y andalusíes habían sometido a la fortaleza cristiana de Aledo (Murcia), expedición tras la cual fue desterrado por segunda vez Rodrigo Díaz. El apoyo a los almorávides en Aledo de taifas como el de Granada y Almería llevaría a Alfonso VI a enviar allí a su fiel Fáñez, para extorsionarlos y exigirles tributos con la amenaza de arrasarles sus reinos si no pagaban. Aquello era sin duda un acto de fuerza del emperador leonés, y un castigo para aquellos que habían apoyado con tropas y dinero a los almorávides para asediar Aledo.
Relata Abd Allah que “Álvar Háñez era el jefe cristiano que tenía a su cargo las regiones de Granada y Almería”, de manos de Alfonso, quien “le había encargado de unos y otros estados, para que obrara como quisiera, procediendo contra los musulmanes que se vieran imposibilitados de acceder a sus exigencias, sacándoles dinero e interviniendo en cuantos asuntos pudiesen proporcionarle alguna ventaja”. Subraya en ese párrafo Abd Allah la autonomía de criterio de estos agentes regios, quienes a pesar de servir a su rey actuaban también, en buena medida, por cuenta propia. De lo que se trataba era de debilitar a los taifas y de sacarles todo el dinero posible, y Fáñez ya sabía de sobra cómo proceder en ese sentido, gracias a las experiencias vividas en Toledo y en Valencia. En un principio Fáñez envió un emisario a Abd Allah, para comunicarle que invadiría y arrasaría Guadix si no le pagaba una especie de rescate a cambio de no actuar contra una de sus ciudades. Abd Allah sabía que no disponía de ejército con el que enfrentarse a las tropas comandadas por Fáñez, y es por ello que accedió a pagar al comandante cristiano, “haciendo con él un pacto para que, después de recibir las sumas, no se acercase a ninguno de mis estados”. Después de haber cobrado el dinero, prosigue Abd Allah, Fáñez le dijo las siguientes palabras:
“De mi nada tienes que temer ahora. Pero la más grave amenaza que pesa sobre ti es la de Alfonso, que se apresta a venir contra ti y contra los demás príncipes. El que le pague lo que le debe, escapará con bien; pero, si alguien se resiste, me ordenará atacarlo, y yo no soy más que un siervo suyo que no tiene otro remedio que complacerlo y ejecutar sus mandatos. Si le desobedeces de nada te servirá lo que me has dado, pues esto no te vale más que lo que personalmente me concierne, a salvo de que mi señor me prescriba lo contrario” (Abd Allah: El siglo XI en primera persona. Las “Memorias” de `Abd Allāh, último rey de Granada, destronado por los almorávides (1090), traducción de E. García Gómez y E. Levi-Provençal, Madrid, Alianza Editorial, 1988, p. 225-226)
El granadino expuso al cristiano que no estaba en condiciones de pagar nada a su rey, por la merma que le había supuesto la venida de los almorávides y su propia demanda, pero, relata, “el puerco no me contestó”. Fáñez se limitó a no decir nada y a enviar a su rey a un mensajero para ponerle al corriente de la situación. No tardó Alfonso VI en acudir en persona para extorsionar a un Abd Allah situado entre el yunque almorávide y el martillo cristiano. El rey cristiano arrancó al granadino la suma de 30 000 meticales, en concepto de las parias atrasadas desde la batalla de Zallaqa hasta ese momento. No transcurría un año entre esos días y el momento en el que el zirí granadino fue derrocado por los almorávides y deportado al norte de África, donde redactaría esas Memorias.
Finiquitada la situación en Andalucía oriental, el nuevo destino de Fáñez fue Sevilla, donde debía ayudar a al-Mutamid, príncipe de aquella taifa poderosa, a contener el avance almorávide. Fue en aquella misión cuando Álvar Fáñez resulta derrotado, y herido, en un combate contra los norteafricanos, en las cercanías de Almodóvar del Río. Una escueta noticia de aquella jornada nos dice que Fáñez fue derrotado en la batalla y herido en la cara con un golpe de espada: “En este año de suso dicho lidió Ven Alhange con Aluar Fañes en Almodóuar e vençiole e diole grand ferida con espada en la cara” (Primera Crónica General, ed. R. Menéndez Pidal, Madrid, Editorial Gredos, cap. 864, pp. 535-536).
La caída de Sevilla en manos almorávides llevaría a Álvar Fáñez a operar durante un tiempo en la zona de Zorita de los Canes, Cuenca y Huete, asegurando el dominio de Alfonso VI en un sector que había pertenecido a la taifa de Toledo y últimamente a al-Qadir, asesinado este último en Valencia en octubre de 1092. Poco más adelante aquellas tierras situadas entre las actuales provincias de Cuenca, Guadalajara y Toledo serían llamadas “las tierras de Álvar Fáñez”, dejando con ello constancia de la actividad militar y gubernamental desarrollada allí por el caballero castellano, quien figurará en algún documento de la época (1097) como “tenente” de Zorita (de los Canes) y “señor” (“dominus”) de Zorita y Santaver. Desarrollando esa nueva responsabilidad es de nuevo derrotado por los almorávides, posiblemente una de ellas en Consuegra (año 1097), donde los norteafricanos aplastaron a las huestes de Alfonso VI y donde Diego Ruiz, único hijo varón de Rodrigo el Campeador, encontró la muerte.
La presión almorávide sobre Toledo obligó a Fáñez a concentrarse en su defensa, apareciendo en la documentación como “duque de Toledo” y “Príncipe de la Caballería de Toledo”. Esos cargos, de reciente creación, muestran a un Fáñez encargado de la defensa de un Toledo en permanente estado de amenaza. Y es que por aquel entonces Álvar Fáñez ya era uno de los magnates más preponderantes de León y Castilla, como demuestra el hecho de que hubiese conseguido casarse con una de las hijas del poderoso Pedro Ansúrez, el gran hombre de confianza de Alfonso VI, su brazo derecho, su principal vasallo, quizás el magnate más influyente del momento.
Volvemos a tener informaciones más completas de nuestro protagonista en 1108, año en el que los almorávides comandados por Tamim ibn Yúsuf, uno de los hijos de Yúsuf ibn Teshufin, derrotarán con estrépito cerca de Uclés (Cuenca) a unos cristianos liderados, entre otros, y precisamente, por Álvar Fáñez. En aquella batalla de Uclés encontraron la muerte García Ordóñez, conde de Nájera, y Sancho Alfónsez, el único hijo varón que Alfonso VI había logrado tener tras varios matrimonios, y que fue fruto de su unión con la musulmana Zayda. Sancho debía contar entonces con 13 ó 14 años, y no moriría en plena batalla, sino posteriormente, siendo perseguidos y emboscados por un escuadrón almorávide él y los magnates que lo protegían. Álvar Fáñez pudo huir de la debacle y refugiarse en Toledo con algunos de los suyos, pensando tal vez que Toledo sería el siguiente objetivo atacado por los almorávides.
Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y cronista, narra en su obra de mediados del siglo XIII la comparecencia de un derrotado Fáñez ante un desolado Alfonso VI, que exigirá explicaciones por la muerte de su único heredero varón. “¿Dónde está mi hijo, la alegría de mi vida, el consuelo de mi vejez, mi único heredero?”, increpaba un devastado Alfonso a sus hombres, a quienes acusaba de no haber hecho lo posible por salvar la vida del infante en la batalla, de no haber entregado su vida por él como sí había hecho García Ordóñez. Es en esos momentos cuando Álvar Fáñez habría tomado la palabra para exponer a su rey las razones que les habían llevado a escapar y refugiarse en Toledo. Habiendo caído ellos, como había caído el joven príncipe, todo el reino podría haberse perdido. Jiménez de Rada nos presenta a un Fáñez poseedor de lo que hoy llamamos “sentido de Estado”:
“Se cuenta que Álvar Fáñez, un hombre valeroso y leal, le respondió así: «Conocedores de las penalidades que habéis sufrido desde vuestra adolescencia, de la sangre que habéis derramado tantas veces por vuestra patria, por sus ciudades, baluartes y castillos, y de que ningún socorro necesitaba vuestro hijo una vez muerto, hemos venido aquí para que con la muerte de éste no se apague la gloria de vuestras hazañas si, al morir nosotros, se pierde lo que habéis conquistado desde vuestra juventud con tanto éxito»” (Rodrigo Jiménez de Rada: Historia de los hechos de España, traducción de J. Fernández Valverde, Madrid, Alianza Editorial, 1989, Libro VI, Capítulo XXXII, p. 261).
En la derrota de Uclés Alfonso perdió no solo a su hijo Sancho, también importantes plazas fronterizas como Cuenca, Amasatrigo, Huete, la propia Uclés, Oreja, Ocaña y Consuegra. El emperador solo viviría un año más. Posiblemente precipitó su muerte el dolor causado por el fallecimiento de su único hijo varón. Su hija Urraca subiría al trono ese mismo año, en medio de una división de opiniones entre aquellos que la apoyaban y otros que entendían que una mujer no estaba capacitada para asumir la máxima responsabilidad en el reino. Forzada a casarse con Alfonso I de Aragón, llamado más tarde “el Batallador”, no tardaría en iniciarse una guerra civil entre Aragón y León-Castilla y los partidarios de unos y otros.
La muerte de un caballero fiel
Fáñez se mantuvo siempre fiel a Urraca, como había hecho durante años con su padre, y fue precisamente sirviéndola cuando encontró la muerte. Durante esa guerra intracristiana hubo concejos de frontera que apoyaron a Alfonso de Aragón y se sublevaron contra Urraca. Uno de ellos fue Segovia, y a intentar sofocar aquella revuelta fue enviado Fáñez por la reina. En el curso de aquella misión, que sería la última para él, encontró la muerte el caballero fiel curtido en mil batallas contra los musulmanes.
En 1114 moría Álvar Fáñez en Segovia, y nacía el héroe, en Toledo posiblemente. Y es que la memoria de Fáñez perduró y su figura fue engrandecida por escritos posteriores. Uno de ellos, de mediados del siglo XII, la Chronica Adefonsi Imperatoris o Crónica del Emperador Alfonso VII, compuesta quizás en ambientes cortesanos toledanos, relata que tras la muerte de Alfonso VI los almorávides aprovecharon el estado de confusión y falta de liderazgo en el que se había sumido el reino. Los norteafricanos centraron todas sus energías en la recuperación de Toledo para el islam, concentrando para ello ejércitos poderosos que pusieron sitio a la ciudad del Tajo. Pero en Toledo se encontraba Álvar Fáñez, quien rechazó valientemente con los suyos, y asesorado por sabios ancianos, distintos intentos de asalto lanzados por los musulmanes:
“Pero en la ciudad estaba el valiente caudillo de los cristianos Álvaro Fáñez con una gran multitud de caballeros, arqueros, peones y robustos jóvenes, que, apostados en las murallas de la ciudad, en las torres y en las puertas, luchaban valientemente contra los musulmanes; muchos miles de musulmanes murieron allí, por lo que, puestos en fuga por el valor de los cristianos, se retiraron lejos de las torres de la ciudad, de modo que no pudieron hacer ningún daño a la ciudad ni a los que estaban en sus murallas” (Crónica del Emperador Alfonso VII, traducción de M. Pérez González, León, 1997, p. 96).
No fue la única ocasión en la que el “Príncipe de la Caballería de Toledo” tuvo que repeler ataques almorávides tras las murallas toledanas. Esa contribución a la defensa de la nueva capital simbólica del reino de León y Castilla serviría para que en adelante fuese recordado como un héroe, adornado con las virtudes propias de los buenos caballeros en distintas composiciones poéticas. Una de ellas, el Poema de Almería, también de mediados del siglo XII, posiblemente elaborada por las mismas manos que redactaron la Crónica del Emperador Alfonso VII, lo equiparaba con el más famoso caballero castellano, “Mio Cid” Rodrigo Díaz, quien se habría considerado inferior a Fáñez:
«Así, oigo decir que también aquel Álvaro Fáñez / sometió a los pueblos ismaelitas, y sus ciudades y torreones fortificados no pudieron resistir. Quebraba las fuerzas, así apretaba aquel valiente. Confieso la vedad sin reparos: si Álvaro hubiera sido el tercero después de Oliveros en tiempos de Roldán, / el pueblo agareno hubiera estado bajo el yugo de los francos y los amados compañeros no habrían sido vencidos por la muerte. Y no hubo ninguna lanza mejor bajo el cielo sereno. El propio Rodrigo, frecuentemente llamado Mio Cid, del que se canta que jamás fue vencido por los enemigos, / que domeñó a los moros y domeñó también a nuestros condes, le ensalzaba y se consideraba de gloria inferior. Pero yo confieso una verdad que el tiempo no alterará: Mio Cid fue el primero y Álvaro el segundo” (Poema de Almería, en Crónica del Emperador Alfonso VII, traducción de M. Pérez González, León, Universidad de León, 1997, pp. 138-139).
Es la primera mención que encontramos de “Mio Cid”, y también la primera vez que se alude a esa pareja épica conformada por el Campeador y Álvar Fáñez, que será llamado “Minaya” por un Cantar de Mío Cid que por aquellas fechas ya sería cantado por los juglares por plazas, mercados y castillos. El Cantar no haría sino consagrar y amplificar esa asociación de héroes, donde el Cid es el gran líder y Minaya su principal hombre y capitán, su “brazo derecho” o “diestro brazo”. Sin embargo, hemos tenido ocasión de comprobar que Rodrigo y Álvar vivieron vidas diferentes y separadas, siguiendo caminos distintos. Uno siempre fue fiel a su rey, el otro entendiendo que podía estar llamado a acometer una empresa tan enorme y gloriosa como la conquista de Valencia y su reino, y actuando en consecuencia. Pero todo héroe épico necesita de unos atributos que refuercen su naturaleza heroica, su carisma y grandeza. Un caballo (Babieca), unas espadas (Tizona y Colada) y también un lugarteniente abnegado, fiel, valiente y diestro como ese Minaya que nos presenta el Cantar, que no es sino un trasunto de Olivier en la Chanson de Roland, y que en vida había dado ejemplo de lealtad hacia un líder, no llamado Rodrigo, sino Alfonso.
“¡Cabalgad Minaya, vos sodes el mio diestro braço!
Oy en este día de vos abre grand bando;
Firmes son los moros, aún nos´ van del campo” (Cantar de Mio Cid, versos 753-755)
“A Minaya Álbar Fáñez bien l´anda el caballo,
d´ aquestos moros mató treinta e quatro,
espada taiador, sangriento trae el braço,
por el cobdo ayuso la sangre destellando” (Cantar de Mio Cid, versos 778-781).
Bibliografía
- Ballesteros San José, Plácido: Alvar Fáñez. Trayectoria histórica del defensor del reino de Toledo (1085-1114), Guadalajara: Ediciones Intermedio, 2014.
- Martínez Díez, Gonzalo: El Cid histórico. Un estudio exhaustivo sobre el verdadero Rodrigo Díaz de Vivar, Barcelona, Planeta, 1999.
- Mínguez Fernández, José María: Alfonso VI. Poder, expansión y reorganización militar, Hondarribia, Editorial Nerea, 2000.
- Pérez Henares, Antonio: La tierra de Álvar Fáñez, Madrid, Almuzara, 2014 (novela).
- Porrinas González, David: El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra, Madrid, Desperta Ferro Ediciones, 2019
David Porrinas González es investigador y profesor en la Universidad de Extremadura. Licenciado y doctor en Historia por la UEX con la tesis Guerra y caballería en la plena Edad Media. Condicionantes y actitudes bélicas, Castilla y León, siglos XI-XIII, dirigida por F. García Fitz, con Premio Extraordinario. Ha publicado trabajos relacionados con la guerra y la caballería medieval, y el Cid Campeador, entre ellos El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro, 2019). Es miembro del proyecto Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico, siglos X-XV, dirigido por C. de Ayala Martínez y S. Palacios Ontalva (UAM).
Fantástico articulo sobre Alvar Fañez, desconocidos los pormenores de su vida, y oculto siempre por la figura del Cid. Gracias